ElCañavate

Panoramica de El Cañavate Vendo Piso en el centro de Cuenca, clic aquí para mas detalles

Principal

Noticias / actualidad
Situación y servicios
Historia
Costumbres y Tradiciones
Leyenda
Monumentos
Patrimonio
Vocabulario
Fotos
Efemérides
Fiestas
Personajes Famosos
Enlaces
Webmaster

 

El Noviazgo

Ya desde los primeros años, la actitud y las expectativas de los padres eran diferentes para cada uno de los sexos.

Al niño se le exigía fortaleza física y de carácter. Debía de imitar a su padre, hasta en el oficio. El niño no debía llorar, “los hombres no lloran”, y debía ser el protector y defensor, incluso del honor de sus hermanas.

La niña era tanto más valorada cuanto más hacendosa, sumisa y dispuesta se mostrase para realizar las faenas domésticas.

Fuera de la familia, la escuela seguía diferenciando su educación, estableciendo una escuela de niños y otra de niñas, con programaciones y contenidos diferentes.

También la iglesia infundía significativos recelos en la convivencia de unos y otras, asignando distinta ubicación hasta en los actos de culto que se celebraban en la iglesia: Las mujeres delante y los hombres detrás o, las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda. Pero ellos y ellas, obedeciendo la natural e inexorable ley de la naturaleza, sabían encontrar los medios más naturales para lograr una natural, normal y necesaria convivencia.

Diariamente surgían o se propiciaban miles de ocasiones para encontrarse unas y otros. Las fiestas familiares, los repetidos viajes al chorrillo o al pozo con el cántaro en la cadera, los juegos y canciones de corro, los frecuentes recados, los lentos quehaceres de cocer el pan en el horno público y otras infinitas historias, permitían a las mozas salir de la casa, dando a los mozos la oportunidad de mostrarles su interés, -“salir a ella”, “pretenderla”, - o de afianzar una relación ya iniciada.

A las dificultades de los primeros contactos había que sumar, con relativa frecuencia, impedimentos como que los jóvenes debían tener una similar posición social y económica y no debían existir irreconciliables enemistades familiares. Este caldo de cultivo propiciaba que, a veces, en el inicio de una relación o comunicación amorosa, surgiese la figura de las casamenteras/os o las alcahuetas/es, intercambiando mensajes, vistos buenos familiares, pareceres y opiniones: “sois una buena pareja, os conviene”, etc.

Si en esas primeras entrevistas o declaraciones se aceptaban o gustaban mutuamente, se decía en el pueblo que fulanito y fulanita se habían “arreglao” y que la pareja en cuestión “se hablaba”.

El noviazgo propiamente dicho no solía formalizarse hasta que el muchacho no había venido licenciado del ejército y, no podía tener otro fin que no fuese el matrimonio. La virginidad era considerada poco menos que requisito indispensable para llegar al matrimonio y, si se intuía que una joven había dejado de ser doncella, tenía grandes dificultades para tener otro pretendiente y, más aún, para casarse.

Cuando el novio era forastero, tenía que pagar la “patente”. La “patente” era un requisito “sine qua non” para poder cortejar tranquilamente a la novia y, consistía en pagar una invitación a todos los mozos del pueblo, en consonancia con la estimación o categoría de que gozaba la moza con la que se relacionaba.

Negarse o resistirse a cumplir tal requisito, además de no ser bien aceptado en el ambiente juvenil, podía llevar al pretendiente a dar con sus huesos en el río.

El noviazgo solía tener una duración media de dos o tres años y pasaba por las siguientes etapas.

En la primera, con una duración de cinco o seis meses, los novios apenas podían verse y hablar a solas. Si la novia tenía que salir a las horas en que podía estar esperándola el novio o pretendiente, debía ir acompañada por una hermana o amiga y, por supuesto, él debía alejarse cuando se acercaban a la puerta de la casa.

Cuando los padres de la novia, segunda etapa, se daban por enterados del noviazgo, los jóvenes podían verse y hablar en las cercanías o en la misma puerta de la casa, evitando, en lo posible, ser vistos por el padre de la novia.

En la tercera etapa, el novio pasaba a la casa a “contar” – hablar - con su futuro suegro, exponiéndole sus intenciones y proyectos. A partir de ese momento se terminaban las rondas, el frío de las charlas invernales y se era ya un miembro más de la familia. Si durante esta etapa se rompían las relaciones, entre las familias se producía una gran tirantez o enemistad puesto que, de alguna manera, esa circunstancia suponía una dificultad añadida para que la ex-novia tuviese un nuevo pretendiente.

Noviazgo ] Los Atordigaos ] La Boda ] La cencerrá ]

Subir

 

Autor de los contenidos: Avelino Alfaro Olmedilla              Webmaster: Miguel García
© Reservados todos los derechos