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La Cencerrá

Cuando alguno de los contrayentes era viudo - los separados o divorciados realmente no existían - la ceremonia religiosa era sencilla y solía celebrarse en días y en horas laborables, evitando toda posible expectación. A la comida o refrigerio, si es que se celebraba, asistían los más allegados. Todo pretendía ser callado y discreto. Daba la impresión de que, quizás, a los contrayentes les estaba vedada cualquier exteriorización de alegría, por irrespetuosa u ofensiva al desaparecido consorte o a los hijos, si los había.

No obstante, nada había pasado desapercibido en el pueblo. Parece que la música, la jarana y el jolgorio son inherentes a las bodas y si los contrayentes y amigos lo habían pretendido evitar, tal requisito iba a ser cumplido y de qué manera. Un grupo de jóvenes maduros, pertrechados de cencerros y de cuantos estridentes objetos tuviesen a su alcance, organizaban junto a la casa y por la calle en que el matrimonio había fijado su residencia, tal estruendo y alboroto que, por prolongarse hasta altas horas de la madrugada, los contrayentes tenían que pasar la noche medio en vela, temiendo incluso, que asaltasen la casa. En más de una ocasión, molesto por la insoportable y reiterada estridencia, el nuevo marido se veía obligado a salir a la calle y enfrentarse inútilmente a los “músicos” gamberros.

Los regalos que recibían los novios solían reducirse a algunos cacharros de cocina o algún pequeño objeto de decoración.
Por supuesto que no había viaje de novios. Era otra época. 

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Autor de los contenidos: Avelino Alfaro Olmedilla              Webmaster: Miguel García
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