El Cañavate

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MORISCOS O CRISTIANOS NUEVOS EN EL CAÑAVATE

Después de la toma de Granada se intentó integrar, no con mucho éxito, a los árabes que se quedaron en España. Con tal fin, Felipe II dispuso que se les prohibiese el uso de su lengua, de sus vestidos, de su religión, nombres y costumbres. Prohibiciones que, aunque propias de aquel momento, provocaron la sublevación de los moriscos de Granada, renegando de la fe cristiana, destruyendo iglesias y, eligiendo su propio rey, se hicieron fuertes en las Alpujarras y Ronda.

Sofocada con dureza  la  sublevación de 1.571, unos prefirieron emigrar a África y los que optaron por quedarse en España fueron dispersados por muchos pueblos y ciudades de Castilla.

En El Cañavate se establecieron veinte familias – setenta y tres personas entre niños y mayores – inscribiéndose con nombre y apellidos españoles que solían coincidir con el de los amos a los que servían o con el lugar de procedencia, y a los que se les conocía como “cristianos nuevos”. 

¿ Cómo se integraron estas gentes en la vida y costumbres del pueblo?   Unos ejercieron sus oficios, otros,  como ahora, fueron mano de obra barata y todos tendrían graves problemas de convivencia debido a sus diferentes costumbres, lengua y  religión. Como no eran tiempos muy permisivos, Don Juan Fernández Vadillo, Obispo de Cuenca, se interesa por el estado físico, social y espiritual  de esos cristianos nuevos que, dieciocho años antes habían venido al pueblo, solicitando a los curas de los sitios en los que residían, un informe personal, sin distinción de edad ni sexo, en el que constase: El trabajo que desempeñaban, el dominio del castellano o ladino, y el conocimiento y práctica de los mandatos de la Santa Madre Iglesia.  El informe que el cura de El Cañavate,  Ldo.  Valera y Avilés, remite  al Obispado en 1.589, termina así: “Con todos estos moriscos que vinieron del reino de Granada se mira cada un día de fiesta si oyen misa y se les avisa con cuidado y amenazándoles de les llevar la pena de dos reales al que no oyere misa las fiestas y se ha llevado alguna pena porque con esto scarmientan mucho”.

Evidentemente, la integración de los mayores fue más difícil, costosa y duradera que la de los niños y variadas, en cuanto a la causa y a la importancia,  debieron ser las dificultades  de integración en la cristiana comunidad de El Cañavate. De una mujer llamada Isabel López, dice el documento: “..... ya ha sido azotada en San Clemente por ciertos negocios y porque hay fama pública de que no vive muy bien y es ocasionada...”,  y de un hombre llamado Antonio Tebar fue llamado por el Tribunal de la Inquisición y posteriormente absuelto porque, estando en la ermita de San Cristobal, provocó la hilaridad de los presentes diciendo, al tiempo que miraba al Santo:  “... boto a Dios que tiene este santo tanta cara como las ancas de mi macho...

A pesar de todo, el tiempo fue limando lentamente sus muchas diferencias y alguno de estos cristianos nuevos colabora voluntariamente acarreando materiales para la obra de la actual ermita y entregando sus donativos para su finalización.   Hoy, más de cuatrocientos años después, cualquiera  de los que descendemos de El Cañavate podríamos llevar en  nuestras venas, hasta con orgullo,  sangre de alguno de aquellos cristianos nuevos.

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